5. Por lo que, de hecho, adivina (171) Esta cláusula se expone de varias maneras. Para algunos, tómelo como si José fingiera haber consultado a los adivinos para descubrir al ladrón. Otros lo traducen, "por el cual te ha probado, o te ha buscado"; otros, que la copa robada le había dado a José un presagio desfavorable. El sentido genuino me parece ser este: que había usado la copa para adivinaciones y para artes mágicas; lo cual, sin embargo, hemos dicho, fingió, en aras de agravar el cargo presentado contra ellos. Pero surge la pregunta, ¿cómo se permite José recurrir a tal recurso? Porque además de eso, era pecaminoso para él profesar augurio; él transfiere vana e indignamente a deidades imaginarias el honor debido solo a la gracia divina. En una ocasión anterior, había declarado que no podía interpretar los sueños, excepto en la medida en que Dios le sugiriera la verdad; ahora oscurece toda esta atribución de alabanza a la gracia divina; y lo que es peor, al jactarse de que es un mago en lugar de proclamarse profeta de Dios, profana el don del Espíritu Santo. Sin duda, en esta disimulación, no se puede negar, que él pecó gravemente. Sin embargo, creo que, al principio, se había esforzado, por todos los medios en su poder, para darle a Dios su debido honor; y no fue su culpa que todo el reino de Egipto ignorara el hecho de que sobresalía en habilidad, no por artes mágicas, sino por un don celestial. Pero como los egipcios estaban acostumbrados a las ilusiones de los magos, este antiguo error prevaleció tanto que creyeron que José era uno de ellos; y no dudo que este rumor se extendió al extranjero entre la gente, aunque sea contrario a su deseo e intención. Ahora, José, al fingir ser un extraño para sus hermanos, combina muchas falsedades en una, y aprovecha la opinión vulgar prevaleciente de que usaba los augurios. De donde nos reunimos, que cuando alguien se desvía de la línea correcta, es propenso a caer en varios pecados. Por lo tanto, siendo advertidos por este ejemplo, aprendamos a permitirnos en nada excepto lo que sabemos que está aprobado por Dios. Pero especialmente debemos evitar toda disimulación que produzca o confirme imposturas traviesas. Además, se nos advierte que no es suficiente que nadie se oponga a un vicio prevaleciente por un tiempo; a menos que agregue constancia de resistencia, aunque el mal se vuelva excesivo. Porque él cumple su deber de manera muy defectuosa, quien, una vez que testificó que está disgustado con lo que es malo, luego, por su silencio o connivencia, le da una especie de asentimiento.

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