12. Y la lluvia caía sobre la tierra. Aunque el Señor abrió las compuertas de las aguas, no permite que se desborden de inmediato para inundar la tierra, sino que hace que la lluvia continúe durante cuarenta días; en parte, para que Noé, meditando largamente, pueda fijar más profundamente en su memoria lo que había aprendido previamente, por instrucción, a través de la palabra; en parte, para que los impíos, incluso antes de su muerte, sientan que esas advertencias que habían despreciado no eran amenazas vacías. Porque aquellos que habían desdeñado por tanto tiempo la paciencia de Dios merecían sentir que estaban pereciendo gradualmente bajo ese justo juicio suyo, que durante cien años habían tratado como fábula. Y el Señor frecuentemente ajusta sus juicios de manera que los hombres tengan tiempo para considerar con más ventaja esos juicios que, por su erupción repentina, podrían abrumarlos de asombro. Pero la maravillosa depravación de nuestra naturaleza se muestra en esto, que si la ira de Dios se derrama de repente, quedamos atónitos y sin sentido; pero si avanza a paso medido, nos acostumbramos a ella hasta el punto de menospreciarla; porque no reconocemos de buena gana la mano de Dios sin milagros; y porque somos fácilmente endurecidos, por una especie de insensibilidad sobrevenida, ante la vista de las obras de Dios.

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