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30. Y como buscaban los marineros. La gracia del Espíritu Santo aparece en Pablo, incluso en este punto también, en que él advirtió sabiamente que no se debe permitir que los marinos vuelen. Porque, ¿por qué no más bien el centurión, o algún otro miembro de la compañía, huele su fraude, salvo que Pablo puede ser el ministro de su liberación, incluso hasta el final? Pero es una maravilla que él diga, que el resto no podría salvarse a menos que los marineros permanecieran en el barco; como si estuviera en su poder hacer que la promesa de Dios no tuviera ningún efecto. Respondo que Pablo no discute, en este lugar, precisamente del poder de Dios, para que él pueda separar lo mismo de su voluntad y de los medios; y seguramente Dios no, por lo tanto, encomienda su poder a los fieles, para que se entreguen a la lentitud y al descuido, a los medios de contienda, o se arrojen precipitadamente cuando hay alguna forma segura de escapar. Dios le prometió a Ezequías que la ciudad debería ser entregada (Isaías 37:6, y 35). Si hubiera abierto las puertas al enemigo, ¿no habría gritado Isaías de inmediato: ¿Tú mismo y la ciudad los has destruido? Y sin embargo, a pesar de todo esto, no se sigue que la mano de Dios esté atada a medios o ayudas; pero cuando Dios designa esto o aquello significa hacer que algo suceda, él posee todos los sentidos de los hombres, para que no puedan pasar los límites que él ha designado.

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