23. Entonces salió este dicho. El evangelista relata que, al entender mal las palabras de Cristo, surgió un error entre los discípulos, que Juan nunca moriría. Se refiere a aquellos que estuvieron presentes en esa conversación, es decir, los Apóstoles; no es que el nombre de hermanos les pertenezca solo a ellos, sino que fueron los primeros frutos, por así decirlo, de esa santa unión. También es posible que, además de los once, se refiera a otros que estaban en ese momento en compañía de ellos; y por la expresión, salió, quiere decir que este error se extendió en todas las direcciones; sin embargo, probablemente no fue de larga duración, sino que subsistió entre ellos hasta que, siendo iluminados por el Espíritu Santo, formaron visiones más puras y más correctas del reino de Cristo, dejando de lado las imaginaciones carnales y necias. (238)

Lo que Juan relata acerca de los Apóstoles sucede todos los días, y no debemos preguntarnos; porque si los discípulos de Cristo, que pertenecían a su familia y lo conocían íntimamente, estaban tan equivocados, ¿cuánto más pueden caer en errores, que no han sido tan familiarmente instruidos en la escuela de Cristo? Pero observemos también de dónde surge esta falla. La enseñanza de Cristo es útil y para edificación; es decir, es claro; pero oscurecemos la luz con nuestros inventos perversos, que traemos desde nuestros propios puntos de vista. Cristo no tenía la intención de pronunciar algo cierto o definitivo acerca de Juan, sino solo afirmar que tenía todo el poder para decidir sobre su vida y muerte; para que la doctrina sea simple y útil en sí misma, pero los discípulos imaginan y crean más de lo que se les había dicho. En consecuencia, para que podamos estar a salvo de este peligro, aprendamos a ser sabios y a pensar con sobriedad. Pero tal es la falta de sentido de la comprensión humana, que se precipita con toda su fuerza en la locura. La consecuencia fue que este mismo error, contra el cual el evangelista les había advertido expresamente que estuvieran en guardia, continuó a pesar de ganar dinero en el mundo; porque se ha inventado una fábula, que ordenó que se cavara una zanja para él, y bajó a ella, y que al día siguiente se encontró vacía. Vemos, por lo tanto, que nunca dejaremos de equivocarnos, a menos que sin reservas recibamos lo que el Señor nos ha enseñado, y rechacemos todos los inventos de los hombres.

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