Primero le pide a Dios que los persiga con ira, es decir, que sea implacable para ellos; porque la persecución es, cuando Dios no solo castiga a los impíos por un corto tiempo, sino cuando agrega males a males, y los acumula hasta que perezcan. Luego agrega, y ora a Dios para que los destruya de debajo de los cielos de Jehová. Esta frase es enfática; y extenúan el peso de la oración, que así la traducen, "que Dios mismo destruiría a los impíos de la tierra". Porque el Profeta no deja de mencionar los cielos de Jehová, como si hubiera dicho, que aunque Dios está escondido de nosotros mientras vivimos en el mundo, aún mora en el cielo, porque el cielo a menudo se llama el trono de Dios, -

"El cielo es mi trono". (Isaías 66:1.)

"Oh Dios, que moraste en el santuario". ( Salmo 22:4; Salmo 77:14.)

Por santuario de Dios a menudo se entiende el cielo. Por esta razón, entonces, el Profeta pidió aquí que los impíos sean destruidos de debajo del cielo de Jehová, es decir, que su destrucción pueda testificar que él se sienta en el cielo y que es el juez del mundo, y que las cosas no son en tal confusión, pero que los impíos deben rendir cuentas ante el juez celestial, a quien han descuidado por mucho tiempo. Este es el final del capítulo.

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