15. El que tiene oídos para oír, que oiga. Sabemos que es costumbre con Cristo introducir esta oración, cada vez que trata temas que son muy importantes y que no merecen atención ordinaria. (18) Él nos recuerda, al mismo tiempo, la razón por la cual los misterios de los que habla no son recibidos por todos. Es porque muchos de sus oyentes son sordos, o al menos tienen los oídos cerrados. Pero ahora, como cada hombre se ve obstaculizado no solo por su propia incredulidad, sino por la influencia mutua que los hombres ejercen entre sí, Cristo exhorta a los elegidos de Dios, cuyos oídos han sido perforados, a considerar atentamente este notable secreto de Dios, y no quedarse sordo con los incrédulos.

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