9. De la cara de los impíos. El salmista, al acusar nuevamente a sus enemigos, tiene la intención de exponer su propia inocencia, como argumento para obtener el favor de Dios. Al mismo tiempo, se queja de su crueldad, que Dios puede ser el más inclinado a ayudarlo. Primero, dice que arden con un deseo enfurecido de desperdiciarlo y destruirlo; en segundo lugar, agrega, que lo asedian en su alma, con lo que quiere decir, que nunca descansarán satisfechos hasta que hayan logrado su muerte. Cuanto mayor sea, por lo tanto, el terror con el que nos veamos afectados por la crueldad de nuestros enemigos, más debemos ser avivados al ardor en la oración. Dios, de hecho, no necesita recibir información e incitación de nosotros; pero el uso y el fin de la oración es que los fieles, al declarar libremente a Dios las calamidades y las penas que los oprimen, y al descargarlos, por así decirlo, en su seno, puedan estar seguros, más allá de toda duda, de que él tiene un respecto a sus necesidades.

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