6. Venid, adoremos Ahora que el salmista exhorta al pueblo elegido de Dios a la gratitud, por esa preeminencia entre las naciones que les había conferido en Al ejercer su favor libre, su lenguaje se vuelve más vehemente. Dios nos proporciona amplios motivos de alabanza cuando nos invierte con distinción espiritual y nos lleva a una preeminencia por encima del resto de la humanidad que no se basa en méritos propios. En tres términos sucesivos, expresa el único deber que incumbe a los hijos de Abraham, el de toda una dedicación a Dios. La adoración a Dios, de la que habla aquí el salmista, es ciertamente un asunto de tanta importancia como para exigir toda nuestra fuerza; pero debemos notar que él particularmente condesciende en un punto, el favor paternal de Dios, evidenciado en su adopción exclusiva de la posteridad de Abraham a la esperanza de la vida eterna. También debemos observar que se hace mención no solo de la gratitud interna, sino de la necesidad de una profesión externa de piedad. Las tres palabras que se usan implican que, para cumplir con su deber adecuadamente, el pueblo del Señor debe presentarse a él públicamente, con arrodillamiento y otras señales de devoción. El rostro del Señor es una expresión que debe entenderse en el sentido al que me referí anteriormente, que la gente debe postrarse ante el Arca del Pacto, porque la referencia es al modo de adoración bajo la Ley. Esta observación, sin embargo, debe tomarse con una reserva, que los fieles debían levantar los ojos al cielo y servir a Dios de manera espiritual. (47)

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