Pero María guardaba todas estas cosas y las meditaba en su corazón juntándolas y comparándolas, no como quería Beda, las profecías hechas acerca de Cristo por los profetas, sino las cosas vistas y relatadas por los pastores con referencia a los ángeles los "Gloria in excelsis", etc., con lo que ella misma había experimentado la anunciación de Gabriel, la profecía de Isabel y de Zacarías, y las demás cosas que ella misma había presenciado y sentido en sí misma.

Y esto lo hizo, primero, para que al ver la maravillosa armonía de todas las cosas concordando tan bien, pudiera ser más confirmada en su fe de que el unigénito Hijo de Dios había nacido de ella. Así habla S. Ambrosio. En segundo lugar, que por la dulce contemplación de estas circunstancias tan consonantes entre sí, pudiera alimentar su mente y mirar con segura esperanza el resto, es decir, que Dios pondría fin a esta obra y redimiría a la humanidad por Cristo.

En tercer lugar, que a su tiempo ella pudiera desarrollar todas estas cosas y narrarlas por orden a los apóstoles, y especialmente a S. Lucas, que estaba destinado a escribir de ellas. Obsérvese aquí en la Virgen el raro ejemplo del silencio y la modestia doncella, de la prudencia celestial y de la fe y la esperanza más firmes, mientras se maravilla del presente y espera el futuro. Comparaba las señales de soledad más profunda que veía con lo que sabía de Su Suprema Majestad, el establo con el cielo, los pañales con aquello de que habla el Sal. civ., "cubierto de luz como de un manto", el pesebre con el trono de Dios, las bestias con los serafines.

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