El rey dijo: Que venga. El rey pensó que era el hombre más apto del que había que servir, tanto para dirigir como para dispensar su favor, sin saber nada de ninguna disputa que tuviera con Mardoqueo. Amán entró, pues, orgulloso del honor que se le había hecho al ser admitido en el dormitorio del rey antes de que se levantara; porque es probable que el rey sólo quisiera dar órdenes para honrar a Mardoqueo, y entonces estaría tranquilo y trataría de dormir. Amán, sin embargo, piensa en encontrar al rey solo y sin compromiso, y que esta era la oportunidad más justa que podía desear para solicitar la ejecución de Mardoqueo. Y el rey cuyo corazón estaba tan lleno como el suyo, y que, según le convenía, habló primero;le dijo: ¿Qué se hará al hombre a quien el rey desea honrar? No nombra a nadie, porque él tendría la respuesta más imparcial. Es una buena propiedad en los reyes y otros superiores deleitarse en otorgar recompensas y no en castigar. Ahora Amán pensaba en su corazón como tenía grandes razones para hacerlo, a causa del favor que el rey le había mostrado sobre todos los demás; ¿A quién se deleitaría el rey en honrar más que a mí mismo?Nadie merece ser honrado tanto como yo, ni lo defiende de manera tan justa. ¡Mira cómo el orgullo de los hombres los engaña! El engaño de nuestro corazón no se manifiesta tanto en nada como en la buena opinión que solemos tener de nosotros mismos y de nuestras propias actuaciones, contra las cuales debemos, por tanto, velar y orar constantemente. Amán pensó que el rey no amaba ni valoraba a nadie más que a sí mismo, pero fue engañado.

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