Y debido a que él era del mismo oficio, Aquila y Priscila parecen haber tenido una casa en Corinto; porque se habían establecido tan lejos en esa ciudad, como para entrar en su empleo habitual, que era hacer tiendas y pabellonesde lino o de pieles; como en esos países cálidos en los que a veces vivían durante la temporada de verano; como los que utilizaban los viajeros cuando no tenían casas o caravasares donde alojarse; y aquellos en los que se alojaban los soldados cuando acampaban en el campo. Este no solo era un empleo lucrativo, sino, según Josefo, un empleo honorable. San Pablo, habiendo sido educado en esta ocupación en su juventud, fue, se alojó y trabajó con ellos. Se ha observado con frecuencia que los judíos que tenían la educación más liberal y eran los estudiantes más celosos y diligentes de la ley, también eran entrenados con mucha frecuencia para algún negocio de artesanía. De ahí que a uno de los rabios se le llame carnicero y a otro panadero; y esta costumbre aún prevalece entre los orientales.

El caso de San Pablo, por lo tanto, no fue peculiar, ni su nacimiento y educación menos liberales por ese motivo. En verdad, en su carácter apostólico, e incluso por la razón de las cosas, podría haber esperado que los que participaban de sus cosas espirituales le hubieran servido en las temporales. Pero aunque era lícito, el apóstol no lo hizo, porque no siempre era conveniente: podría haber dado ocasión para que sus enemigos dijeran que él recorrió el mar y la tierra para sacar provecho de sus conversos; y que buscaba lo que tenían, más que el beneficio de su alma; y de la misma manera podría haber proporcionado a los falsos apóstoles una pretensión de haber exigido una manutención; (ver 2 Corintios 11:7.) y a las personas perezosas que abrazaron el cristianismo, a vivir en la ociosidad, como si ya no se les exigiera diligencia e industria en alguna vocación honesta. Considerando que, ahora podía, por su propio ejemplo, mostrar a sus conversos, que los que no quisieran trabajar, cuando pudieran, no deberían comer; al mismo tiempo que cortó toda ocasión a los falsos apóstoles para exigir un sustento bajo su ejemplo.

Y finalmente, al despreciar los placeres, las ganancias y los honores de este mundo, dio a la humanidad las pruebas más convincentes, entre otras mil, de que creía cordialmente que el cristianismo era verdadero; y eso, con evidencias tan fuertes, que no dejaran lugar a ninguna duda o vacilación razonable. A esta diligencia y desinteresada conducta suya, recurre con frecuencia en sus epístolas, y eso con la mayor justicia y decoro; pues, ¿qué podría haberlo librado de manera más eficaz de toda sospecha de llevar a cabo un plan siniestro y mundano?

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