Para construir una torre, aprendemos de los escritores orientales que, además de los pueblos y ciudades fortificados, solían tener torres para que la gente de los pueblos abiertos volara en tiempos de peligro, así como magníficas torres para disfrutar de sus jardines. Nuestro Señor probablemente se refiere a una torre de este último tipo; porque uno difícilmente puede pensar, con algunos comentaristas, que él está hablando de los edificios ligeros y económicos en un viñedo, que en verdad son a veces tan ligeros, que constan sólo de cuatro postes, con un piso encima de ellos, al que ascienden por una escalera; sino más bien de esas elegantes torrecillas erigidas en jardines, donde los adinerados orientales pasan una parte considerable de su tiempo.

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