Y esto habéis hecho otra vez, esto también habéis hecho; has cubierto el altar del Señor con lágrimas, con llanto y con gemidos; de modo que ahora no se tenga respeto por tu ofrenda, ni se acepte nada de tu mano. Los sacerdotes no sólo se habían casado con esposas extrañas, sino que también se habían divorciado de las de su propio país con las que se habían casado; de cuyas lágrimas estaba imbuido el altar, cuando estas esposas ofrecieron sus sacrificios a Dios, suplicándole que les diera a sus maridos una mente mejor; a quienes Dios escuchó con tanta eficacia, que no quiso aceptar los sacrificios de sus maridos, a causa de las lágrimas y las justas quejas de sus esposas. Houbigant.

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