(15-17) Y los reyes ... - Trasladen, y los reyes de la tierra, y los magnates, y los capitanes de los ejércitos, y los ricos, y los fuertes, y todos, esclavos y libres, se escondieron ( yendo) a las cuevas y a las rocas de las montañas; y di a los montes y a las peñas: Caed sobre nosotros, y escóndenos del rostro del que está sentado en el trono, y de la ira del Cordero; porque ha llegado el día del gran (día) de su ira ( o, viene); ¿y quién puede estar de pie? En la lista de los grandes aquí podemos notar el orden descendente: reyes, magnates o estadistas, generales, hombres ricos, hombres fuertes, esclavos y hombres libres.

El terror golpea a todas las clases: los monarcas y sus consejeros, los estadistas y diplomáticos, los comandantes de tropas, los príncipes mercaderes, los hombres de habilidad, así como las órdenes más oscuras de la sociedad. Ni la realeza, ni el rango, ni la fuerza de las armas, ni la opulencia, ni el talento, ni la fuerza, ni del intelecto ni de la constitución, aprovechan esa crisis; tampoco se escapa la insignificancia en aquel día en que Dios saca a la luz las cosas ocultas.

Las pruebas de Dios son espirituales, ya que las armas de la guerra de Dios no son carnales. Los hombres que han confiado en la riqueza, el rango o el poder, se han preparado para una forma de prueba, pero se encuentran desarmados en el día de la prueba espiritual. Como Macbeth, son incapaces de luchar con la forma inesperada que los acecha. Preferirían encontrarse con el enemigo corporal, "que los desafiaría al desierto con una espada".

Así, en el día final del juicio, la revelación del orden espiritual de toda la vida confundirá a los hombres cuyas mentes han sido cegadas por su total absorción en los esplendores y poderes mundiales. Tampoco es simplemente la revelación del orden espiritual olvidado lo que los confundirá. El advenimiento es de una Persona. Es más que la manifestación del reino de Aquel que durante todo este tiempo había sido Rey en Su trono, y a quien habían olvidado, es la revelación del Hijo de Dios desde el cielo.

No es sin importancia que se le describa como el Cordero. En ese día de Su ira, no es como un Juez que ha dejado a un lado las señales de Su humillación y sufrimiento: es como el Cordero. Aquel de quien ahora se alejan es aquel que vino manso como un cordero, manso, puro y sufriente por ellos. Aquel a quien ahora contemplan con consternación es aquel a quien trataron con negligencia y cuyo amor despreciaron.

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