Verso Levítico 21:17. El que tenga algún defecto, que no se acerque a ofrecer el pan de su Dios. 
Nunca se promulgó una ley más sabia, más racional y más conveniente en relación con los asuntos sagrados. El hombre que ministra en las cosas sagradas, que profesa ser el intérprete de la voluntad de Dios, no debe tener nada en su persona ni en sus modales que no pueda contribuir a hacerlo respetable a los ojos de aquellos a quienes ministra. Si, por el contrario, tiene algún defecto personal, cualquier cosa que pueda hacerle despreciable o despectivo, su utilidad se verá muy perjudicada, si no impedida por completo. Sin embargo, si un hombre ha recibido algún daño en la obra de Dios, por persecución o de otra manera, sus cicatrices son honorables, y añadirán a su respetabilidad. Pero si se le recibe en el ministerio con alguna de las manchas aquí especificadas, nunca tendrá ni podrá tener ese respeto que es esencialmente necesario para asegurar su utilidad. Que nadie diga que esto es una parte de la ley mosaica, y que no estamos obligados a cumplirla. Es una ley eterna, fundada en la razón, la propiedad, el sentido común y la necesidad absoluta. El sacerdote, el profeta, el ministro cristiano, es el representante de Jesucristo; que nada en su persona, porte o doctrina sea indigno del personaje que representa. Una persona deforme, aunque consumada en la sabiduría diplomática, nunca sería empleada como embajador por ninguna corte ilustrada, si es que pudiera conseguirse alguna persona apta, sin mancha.

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