(22) Entonces Elías dijo al pueblo: Yo, sólo yo, sigo siendo profeta del SEÑOR; pero los profetas de Baal son cuatrocientos cincuenta hombres. (23) Que nos den, pues, dos becerros; y escojan para sí un becerro, lo corten en pedazos y lo pongan sobre leña, y no pongan fuego debajo; y yo prepararé el otro becerro, y lo pondré sobre leña, y no pondré fuego debajo. E invocad el nombre de vuestros dioses, y yo invocaré el nombre de Jehová; y el Dios que responde por fuego, sea Dios. Y todo el pueblo respondió y dijo: Bien dicho.

Aquí el hombre de Dios trae la cuestión a casa más cerca, y la pone de inmediato en una decisión, de modo que todos confiesen que el modo del juicio era justo. ¡Pero lector! Piense en qué estado de ánimo debe haber estado el siervo del Señor para confiar en todo el evento sobre este tema. Seguramente Elías manifestó haber sido un verdadero hijo de aquel que, contra toda esperanza, creyó en la esperanza, y mostró hasta qué grado de estabilidad le había traído su fe. ¡Lector! ¿Podemos tú y yo mirar con igual firmeza a Jesús y decir: Que ese Jesús, que responde por mis pecados, sea mi Dios?

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