REFLEXIONES

¡PAUSA! alma mía, por la lectura de este capítulo, y en la conducta de Acaz, contempla el estado perdido, depravado, endurecido y miserable de la naturaleza humana. Mira, alma mía, ¿a qué pecado ha reducido todo hombre? y observe también cuán engañado para su propia ruina está el pecador, quien, cuando el Señor se presenta como su enemigo, está buscando en vano un brazo de carne que se convierta en su amigo; ¡como si un hombre quisiera poner zarzas y espinas contra Jehová en la batalla! Pero mientras contempla la inutilidad del hombre, oh, por la gracia de admirar y adorar la fidelidad de Dios.

¿No fue suficiente, oh! Misericordioso Señor, que inmediatamente después de la caída del hombre se prometió la redención; y que de edad en edad debes enviar a tus siervos para mantener vivo el recuerdo de esta misericordia inefable prometida en la mente de tu pueblo; pero que, en un período en el que todos pecaban con gran mano, y vivían como si hicieran caso omiso de todo tu amor, entonces debías magnificar las abundantes riquezas de tu gracia, y luego comisionar a tu siervo el profeta para decirle a Acaz que la redención se acercaba, y Emmanuel debería aparecer como el hijo de la virgen.

¡Señor! ¡ayúdame a adorar, a magnificar, a comprender y apreciar correctamente esas profundidades, alturas, anchuras y longitudes de tan incomparable e incomparable amor! Y Señor, en medio de toda la indignidad, frialdad, muerte e indignidad de mi corazón, permite que tales visiones de tu gracia consuelen y refresquen mi alma. ¡Sí! bendijiste a Jesús, tú precioso Emmanuel, en medio de todos mis dolores déjame obtener mi mayor consuelo de cualquier interés en ti, mi relación contigo, mis esperanzas y expectativas de ti, y toda mi salvación de ti, el Señor mi justicia. Tú eres en verdad Emmanuel, Dios con nosotros, Dios en nosotros la esperanza de gloria.

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