¿No veo en esta representación cómo todos los vasos de nuestra pobre naturaleza pueden ser llenados incesantemente de la plenitud inagotable de Jesús, la plenitud de Aquel que todo lo llena en todo? Pida prestados, como podamos, de nuestros vecinos, los recipientes más grandes para contener sus dones y gracias; el aceite de alegría y de misericordia, los invadirá infinitamente. Me refiero a cualquier punto de vista que derivemos de la instrucción de otros acerca del Señor Jesús, todos los vasos fallan antes de que falle su infinita plenitud.

Es más, Jesús aprovecha nuestras propias ganas para dejar vacantes para el derramamiento de su plenitud. No puedo dejar de esperar que el lector aprenda de ahí que en toda esterilidad, flaqueza; y similares, la causa está en nosotros mismos. Es la incredulidad la que levanta una nube de dificultades, como si la plenitud infinita de Jesús no fuera suficiente para responder a las necesidades de su pueblo.

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