REFLEXIONES

Mire hacia arriba y contemple al Señor, enviando desde su Iglesia a los siete ángeles y mensajeros con sus siete últimas plagas, para vengarse de sus enemigos y liberar a su pueblo. Luego, que el lector considere cuán seguro, cuán eternamente seguro es la Iglesia y el pueblo del Señor. Aunque por un momento el enemigo parece triunfar y los redimidos del Señor son oprimidos por los poderosos, sin embargo, la salvación de los justos es del Señor, quien es también su fortaleza en el tiempo de necesidad.

¿Cuán espantosos son estos derrames de las copas de la ira divina? Uno tras otro, subiendo cada vez más alto en la escala del juicio. Pero los enemigos de nuestro Dios y de su Cristo están tan desesperadamente endurecidos en el pecado, que aunque el pecador es abrasado con fuego y gran calor, no obstante, solo blasfema el nombre de Dios y no se arrepiente para dar gloria al Señor.

¡Mi alma! aprende de ahí, a rastrear todas tus misericordias hasta su origen. Es el amor eterno de Dios, que te escogió en Cristo, te conservó en Cristo y te aceptó en Cristo antes de la fundación del mundo. Por tanto, todas tus misericordias en Jesús, por las cuales las copas de la ira derramadas sobre los impíos, no pueden acercarse a ti. ¡Bendito Jesús! esté mi alma al acecho de tu venida, para que no me sorprenda la medianoche, ni las blasfemias de los hombres ni de los demonios me alarmen.

Y cuando Babilonia sea recordada ante Dios, y nuestro Dios le dé la copa del vino del ardor de su ira, tu Iglesia gritará en su destrucción, y tanto el cielo como la tierra alabarán a Dios con gran gozo.

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