Que el lector, mientras observa la sagrada ordenación del Profeta, no deje de observar con ella lo que aquí se dice: que el Espíritu entró en él y lo puso de pie; para que oyera al que hablaba. ¡Cuán verdaderamente bendita es esa ordenación, (y nadie más puede ser bendecido), que tiene al Señor Jesús, como el Gran Obispo de las almas para ordenar, y al Espíritu Santo interiormente para moverse, y calificar para la ardua obra del ministerio! ¡Lector! ¡Orad para que el Señor no permita que nadie vaya, sino los que así han sido ordenados!

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