REFLEXIONES

¡LECTOR! fíjate en la carga de Damasco; y he aquí, en la historia de ese pueblo, el fin final de todos los enemigos de Dios y de su Cristo. ¿De qué sirvió el esplendor de este reino o el poder de sus ejércitos? Aunque el altivo sirio exclamó en la vanidad de su corazón: ¿No son Abana y Farfar, ríos de Damasco, mejores que todas las aguas de Israel? sin embargo, como las aguas del Mar Muerto, todo lo que los rodeaba, y en ellos, y lo que brotaba de sus riegos, no producía más que muerte.

¡Sin Dios, sin Cristo, no hay ordenanzas de gracia, no hay palabra de salvación, no hay sangre rociada! ¡Ay, cuando llegue el día malo y los prósperos días de las delicias carnales hayan terminado, todo habrá terminado!

Precioso Redentor! que mis ojos estén hacia ti, y mi alma mire al Santo de Israel. Ciertamente nada puede endulzar verdaderamente ni siquiera los dulces de esta vida, para que no se mezclen con ellos amargura, a menos que tú estés en ellos; y los mismos pensamientos de un más allá (hasta que un interés consciente en ti, y en tu salvación, haga que ese más allá sea verdaderamente bendecido) estarán para siempre llenos de horrores para la mente pensante.

Sé tú, pues, precioso Jesús, el todo de esta vida y de la venidera. En ti y de ti fluyan todas mis fuentes; porque entonces, y sólo entonces, será dulce mi meditación de ti.

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