REFLEXIONES

¡Mi alma! reflexiona bien sobre las cosas benditas contenidas en este Capítulo; y mientras el Profeta, en nombre de la Iglesia, pregunta humildemente quién es Cristo y con qué vestimenta aparece; mira si puedes responder a la pregunta, para tu gozo, con las muestras más satisfactorias de la Persona y la justicia de tu Redentor. ¿Quién es éste, que sube con salvación, sino el Señor, poderoso para salvar, es Uno con Jehová, en la naturaleza divina; y no menos uno con nosotros en lo humano; hueso de nuestros huesos y carne de nuestra carne.

Su nombre es verdaderamente maravilloso, Consejero, Dios Fuerte, Padre Eterno, Príncipe de Paz. Ciertamente, Señor, tu brazo trajo la salvación, y de los pueblos no hubo nadie contigo; y aunque en todo te convenía ser semejante a tus hermanos; sin embargo, en la obra de redención, pisaste solo el lagar de la ira de Dios. Y en medio de todas nuestras rebeliones y olvido de ti, nunca nos olvidaste ni renunciaste a nuestros intereses.

En todas nuestras aflicciones, fuiste afligido. Tu amor, y tu compasión, no permitieron disminuir, porque tú siempre fuiste Jesús: el mismo ayer, y hoy, y por los siglos. ¡Oh! Entonces, Señor, nada de la extravío de tus hijos frustra los bondadosos designios de tu amor; pero recuerda que no somos más que polvo, y que tu fuerza y ​​tu celo, y el sonido de tus entrañas, nunca se contengan. Nos dedicamos a la relación del Pacto, y te suplicamos, Dios nuestro, que recuerdes esa bendita promesa, en la que has dicho: No me apartaré de ellos para hacerles el bien y pondré mi temor en sus corazones, que no se apartarán de mí.

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