No puedo dejar de desear que el lector se detenga en este breve pero muy completo pasaje, tan completo como es de Cristo, y que lo señale con una dirección tan verdaderamente bendecida. Dios funda todo lo que se dice aquí en el amor del pacto, y rastrea todas las bendiciones otorgadas a su pueblo hasta esta única fuente: ¡ustedes serán mi pueblo y yo seré su Dios! Y, considerado en este punto, cuán verdaderamente bienaventurado es contemplar a Jesús como nuestro gobernador, en medio de nosotros, surgiendo de su propio pueblo, de quien no se avergüenza de llamarlos hermanos.

Él, el Señor Dios nuestro Padre, hará que se acerque a él. Pero, ¿quién sino Jesús podría ocupar su corazón en este servicio? Lector: ¿Puede su mente imaginar algo simplemente bienaventurado, que contemplar así a Cristo, tan claramente predicho, comprometiendo su corazón a acercarse a Dios por su pueblo, como su Fiador y Mediador; y poniendo Jehová su mano bendita en la obra, haciéndole acercarse? ¡Oh! preciosa, preciosa verdad, de un Dios tres veces diez veces precioso en Cristo, reconciliando al mundo consigo mismo, sin imputarles sus ofensas.

Continúa después de la publicidad
Continúa después de la publicidad