REFLEXIONES

CONSIDERA, alma mía, esta visión de Job; y he aquí en aquel, cuya paciencia es tan altamente testificada por el Espíritu Santo, lo que es el hombre en sus más altos logros. ¡Oh! precioso Jesús! Cordero de Dios, ¿dónde buscaré la excelencia sino en ti? Observa, además, alma mía, en esta queja de Job, todavía la gracia de Dios refrenando el poder del diablo. Aunque Job fue provocado por el adversario para que maldijera el día de su nacimiento, no escuchamos ni una palabra de su maldición a Dios.

Mientras que la acusación de Satanás era que si el Señor tocaba todo lo que tenía, Job maldeciría a Dios en su cara. Alma mía, no dejes que el Lector pase por alto esto. La razón por la cual el Señor permitió que Satanás ejercitara tanto a su siervo, no fue para descubrir si Job era un hombre sujeto a los mismos pecados y enfermedades que otros de la raza caída de Adán; pero Satanás había acusado a Job de hipocresía, y de que no tenía verdadero amor por Dios en su corazón: por tanto, aquí estaba el tema de la prueba.

¿Abjurará Job de Dios bajo estas terribles pruebas? ¿Renunciará a su Dios? ¡No! Aunque se lamenta a sí mismo y lamenta su estado, sin una palabra contra el Señor. Mire aquí mi alma a Jesús, quien en sus inigualables sufrimientos, aunque por un tiempo abandonó a su Padre, para que su pueblo no fuera abandonado para siempre, nunca perdió de vista su dependencia de él, cuando pronunció ese doloroso grito; Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado? Por último, de la representación hecha en este capítulo, aprendan tanto el Lector como el Escritor, si los sufrimientos de Job fueron tan grandes como para inducirlo a lamentar el día de su nacimiento, aun cuando la gracia interior restringiera el poder del enemigo; ¿Cuáles deben ser los horrores de ese lugar donde no se siente la gracia, y donde el gusano no muere, y el fuego no se apaga?

¡Oh! precioso Jesús! qué alabanza eterna debe ser a ti, qué amor deben sentir tus redimidos en la contemplación, que nos has librado de la ira venidera, cuando diste a tu alma una ofrenda por el pecado, y moriste, el Justo por el injusto, para llevarnos a Dios. ¡Bendito sea el día del nuevo nacimiento de cada pecador en ti! ¡Y bendito sea Dios por Jesucristo!

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