Qué amable invitación contienen estas palabras. Con qué ternura razona el Señor con su pueblo. Y con qué seguridad alentadora se pliega. ¡Lector! No dejéis de observar que este llamado del Señor, la gracia que lo acompaña para inclinar el corazón a la observancia del mismo, está implícito. Es muy bendecido recordar que cuando el Señor se manifiesta así en sus entrañables invitaciones, secretamente está inclinando el corazón a aceptarlas. La gracia debe entrar primero en el corazón, o no habrá inclinación a obedecer.

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