REFLEXIONES

¡Mi alma! haga una pausa en la revisión de este capítulo. Recuerde las maravillosas misericordias mostradas a Israel, como se relata en el capítulo anterior, y luego contemple el resultado de las liberaciones divinas, en la vergonzosa partida de Israel a la idolatría. ¡Mi alma! ¿No te asombra ver tanta perfidia? ¿Podrías haber creído que habitaba en el corazón humano tanta vileza y corrupción?

Cuando, alma mía, hayas contemplado debidamente la iglesia de Dios de antaño, mira la iglesia de Jesús ahora. ¿Qué, (dice el apóstol), somos mejores que ellos? No, de ninguna manera; porque antes hemos probado, tanto judíos como gentiles, que todos están bajo pecado. ¡Sí! alma mía, estás en la misma condenación por naturaleza, y en corazón y mente, propensa a apartarte de Dios. ¡Oh! precioso Jesús! ¡Cuán preciosa e invaluable es tu salvación! Cuán grande es la eficacia de tu sangre y tu justicia que pide el perdón de tu pueblo.

¡Oh, que la gracia se refugie debajo de ambos, de una sensación consciente de mi estado completamente arruinado y deshecho sin él! Sé tú mi refugio todo el día, y la justicia justificadora de mi alma para siempre, porque solo tú eres la esperanza de Israel y su salvador.

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