¡Pobre de mí! ¡Cuán a menudo el pueblo del Señor todavía encuentra un corazón dividido! ¡Precioso Jesús! aunque estoy plenamente convencido de que no puede haber felicidad sino en ti, sin embargo, ¡cuántas veces mi pobre corazón persigue a los ídolos! ¡Jesús! ¡Ejercita tu legítima soberanía sobre mis afectos, y por tu Espíritu Santo lleva todo pensamiento a la obediencia, para que yo no conozca a ningún Señor sino a ti!

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