Encontramos aquí el mismo relato melancólico, como en las otras partes de esta profecía; el Señor se queja de la apostasía de su pueblo; Galaad y la casa de Israel; Efraín y Judá; todos transgresores por igual. ¡Pobre de mí! ¡Qué sino la sangre de Cristo puede expiar las ofensas del pueblo del Señor!

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