REFLEXIONES.

¡LECTOR! En medio de varios puntos de vista muy interesantes dados en este capítulo de Dios y de Cristo, no sé cuáles son sus sentimientos, pero confieso que mi mente se ve inducida a reflexionar una y otra vez sobre lo que dice Salomón de un testigo fiel. Y, por precioso que sea encontrar entre la perfidia general de la humanidad algo de este carácter, sin embargo, cuánto más bendito es contemplar esta perfección en el Dios fiel e inmutable.

Fue el mismo carácter por el cual Jehová exigió que fuera conocido por el Israel de antaño. ¡Conoce, pues, que el Señor tu Dios, él es Dios, el Dios fiel! Y aquí Jehová se comprometió a sí mismo con Cristo, y prometió, si se puede expresar así, su santidad para con él, para el cumplimiento de todas las promesas de su pacto. Una vez juré por mi santidad que no mentiré a David. ¡Oh! la rica carta de gracia! ¡Oh! la seguridad del pueblo de Dios! ¡Bendito Dios! hazme vivir sobre él, descansar sobre él, y nunca, ni por un momento, poner en duda la fidelidad de Dios; sino saber que la justicia es el cinto de sus lomos, y la fidelidad el cinto de sus riñones.

Y como un hombre se ciñe su cinto y se lo abrocha; por tanto, Jehová toma para sí su fidelidad, para que su pueblo se asiente y se aferre a ella. ¡Dios precioso! aquí colgaré, y nada, no, ni siquiera la muerte misma liberará mi moribundo agarre; porque cuando falten el corazón y las fuerzas, tú serás la fortaleza de mi corazón y mi porción para siempre.

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