REFLEXIONES.

PRECIOSO Señor Jesús! Me siento obligado al leer lo que aquí se dice de una fianza, y el triste estado en el que se ve envuelto, a recordar lo que debió ser tu amor, que impulsó tu pecho infinito a entrar en compromisos de fianza por tu pueblo, y qué estado de dolores inigualables indujo el acto de gracia. Al contemplarlo, no puedo dejar de pasar por alto cualquier otro tema que de otra manera este capítulo podría despertar para aprovechar, para considerar la grandeza de tu amor y la grandeza de las calamidades que trajo a tu santa alma.

Seguramente nunca hubo un acto tan verdaderamente bendecido, lleno de gracia y benéfico como este. En este acto te pusiste en el lugar de la ley y lugar de todos tus elegidos. Y con ese acto asumiste tanto por nuestra deuda como por nuestro deber; tanto para cancelar el pecado como para cumplir con toda justicia. Y ahora, Señor, en esos puntos de vista de ti y de tu incomparable misericordia, ¿a dónde voy a mirar sino a ti? ¿A quién vendré sino a Jesús? ¿Has borrado mi nombre de la terrible deuda de bonos donde estaba, y donde debe haber estado para siempre de no ser por ti, lo has pagado todo, lo has cancelado todo? y estando para siempre en quiebra, ¿me has redimido de todo? ¿Y podré yo rechazar tu infinito amor y establecer mi propia justicia y olvidar el ajenjo y la hiel, la prisión y la fosa de la que me has liberado? ¡Oh!

Déjame, bendito Redentor, ya que me sacaste y me sacaste, déjame vivir para tu gloria y tu alabanza; y entre todos tus rescatados, bendice para siempre al fiador todopoderoso cuya mano fue golpeada por tan extraño, y cuya aflicción del alma se volvió tan exquisita para redimirme de la muerte. Que la vida así salvada por gracia se gaste a tu servicio, y puesto que por compra y redención soy tuyo, que mi alma te bendiga, te ame y se deleite en ti para siempre.

Continúa después de la publicidad
Continúa después de la publicidad