REFLEXIONES

¡Mi alma! Deje todo otro tema, y ​​cualquier otra consideración, en la lectura de este Salmo, para reflexionar sobre las diversas partes del mismo y para contemplar a su Dios y Salvador como aquí se establece típicamente y se representa proféticamente. David, rey de Israel, fue en verdad traicionado por falsos amigos y perseguido por su hijo antinatural: y hombres buenos de todas las épocas se han visto sometidos a pruebas similares en su estado de peregrinaje.

Pero ¿cuáles fueron las pruebas de David, o las aflicciones de otros, comparado contigo, paciente Cordero de Dios, cuando los toros de Basán te rodearon, y todos tus discípulos te abandonaron y huyeron? cuando uno te negó y otro te traicionó?

Pero principalmente, mientras contemplo a David cruzando el arroyo Cedrón y subiendo descalzo, con la cabeza cubierta, la subida del monte de los Olivos, que mi alma recuerde cómo tú, mi adorado Redentor, pasaste por el mismo lugar memorable en la noche dolorosa de tu lucha en el jardín. ¡Oh! para que mi alma tome el ala de la fe y vuele allí para contemplar tus sufrimientos. ¿Hubo alguna vez dolor como el tuyo con el que el Señor te afligió en el día del ardor de su ira? Y principalmente, precioso Jesús, permíteme conectar con este punto de vista el interés que tengo en él.

Permíteme recordar que en todo esto, tú eras el fiador, el patrocinador, el representante de tu pueblo: llevaste la totalidad de tus redimidos. ¿Y Judas te traicionó? ¿Pedro te negó? ¿Todos te abandonaron? Y yo también. ¿Bebiste del arroyo en el camino? ¿Y no lo haré yo? Y como en este arroyo se vaciaban las inmundicias del templo los sacrificios; así, Señor, toda mi culpa y contaminación fue vaciada sobre ti; ya través de todo abriste camino para la salvación de tus redimidos.

¡Precioso Jesús! déjame tener la gracia de contemplarte en todo esto como mi garantía, y que mi alma pase a través de todas las insignificantes persecuciones que encuentro en este estado de peregrinaje, con una sabia indiferencia, perdiendo de vista todo en la contemplación de tus inigualables dolores, y leyendo en cada uno de ellos la declaración del Espíritu Santo, por su siervo el apóstol, Cristo nos redimió de la maldición de la ley, hecho por nosotros maldición.

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