Hijo de hombre, profetiza contra los profetas de Israel que profetizan, y diles a los que profetizan de su propio corazón: "¡Oíd palabra de Jehová!"

Diles a los que profetizan: una pronta vuelta a Jerusalén.

De su propio corazón: aludiendo a las palabras de Jeremías; es decir, lo que profetizaban era lo que ellos y el pueblo deseaban: el deseo creaba el pensamiento. El pueblo deseaba ser engañado y así fue engañado. Eran inexcusables porque tenían entre ellos verdaderos profetas (que "hablaban" no sus propios pensamientos, sino "movidos por el Espíritu Santo"), a quienes podrían haber reconocido como tales, pero no deseaban reconocerlos.

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