Entonces José no pudo contenerse delante de todos los que estaban junto a él; y clamaba: Haced salir de mí a todo hombre. Y no quedó nadie con él, mientras José se daba a conocer a sus hermanos.

Entonces José no pudo contenerse. La severidad del inflexible magistrado cede aquí a los sentimientos naturales del hombre y del hermano. Por muy bien que hubiera disciplinado su mente, le pareció imposible resistir la elocuencia sin artificios de Judá. Vio una prueba satisfactoria, en el regreso de todos sus hermanos en tal ocasión, de que estaban afectuosamente unidos entre sí; había oído lo suficiente para convencerse de que el tiempo, la reflexión o la gracia habían hecho una feliz mejora en su carácter; y probablemente habría procedido de una manera tranquila y pausada para revelarse como la prudencia hubiera dictado.

Pero cuando escuchó la heroica abnegación de Judá, y se dio cuenta de todo el afecto de esa propuesta: una propuesta para la que no estaba preparado en absoluto, se desanimó por completo: se sintió obligado a poner fin a esta dolorosa prueba. Es imposible que alguien cuyo gusto pueda saborear la naturaleza genuina y sencilla, no se sienta profundamente afectado con el discurso de Judá, tal como aparece en el Pentateuco. Al leerlo estamos perfectamente preparados para el efecto que produjo en su desconocido hermano. Vemos, sentimos, que la humanidad, el afecto natural, no podía resistir más.

En Josefo, el discurso de Judá es una actuación muy diferente: algo tan frío, tan rebuscado, tan artificial tanto en los sentimientos como en el lenguaje, que sabe más a alguien que ha sido educado en las escuelas de los sofistas griegos que a aquellos pastores patriarcales, sencillos y sin arte (Lectures on Ecclesiastical History, de Campbell, vol. 1:, pp. 19,20). Sin embargo, la impresión producida por el patetismo sin fisuras del discurso se debilita en gran medida por la injusta división del capítulo.

Gritó: Haced salir a todos los hombres. Al ordenar la salida de los testigos de esta última escena, actuó como un afectuoso y verdadero amigo de sus hermanos, su conducta estuvo dictada por motivos de la más alta prudencia, el de impedir que sus primeras iniquidades fueran conocidas por los miembros de la su casa o entre el pueblo de Egipto.

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