Y cuando entró en su casa, tomó un cuchillo y echó mano de su concubina, y la dividió, junto con sus huesos, en doce pedazos, y la envió a todo el territorio de Israel.

La dividió... en doce pedazos. La falta de un gobierno regular justificaba un paso extraordinario; y ciertamente no se podía imaginar un método más seguro para despertar el horror y la indignación universales que esta terrible convocatoria del levita.

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