Y habló Jehová a Moisés y a Aarón, diciéndoles:

El Señor habló a Moisés y a Aarón. El hecho de que estas leyes se dirijan tanto a los gobernantes civiles como a los eclesiásticos de Israel, puede servir para indicar el doble punto de vista que debe tenerse de ellas. Indudablemente, la primera y más fuerte razón para instituir una distinción entre las carnes era disuadir a los israelitas de extenderse a otros países, y del contacto general con el mundo, para evitar que adquirieran familiaridad con los habitantes de los países limítrofes con Caanán, de modo que cayeran en sus idolatrías, o se contaminaran con sus vicios; en resumen, para mantenerlos como un pueblo distinto y especial, levantando un muro amplio e infranqueable de costumbres opuestas.

Para este propósito, ninguna diferencia de credo, ningún sistema de política, ninguna diversidad de lengua o de costumbres era tan servicial como una distinción de carnes, fundada en la religión; y por lo tanto, los judíos, que fueron enseñados por la educación a aborrecer muchos artículos de comida libremente consumidos por otros pueblos, nunca, incluso en períodos de gran degeneración, pudieron amalgamarse con las naciones entre las que estaban dispersos.

Pero aunque éste era el principal fundamento de estas leyes, también tenían peso las razones dietéticas; porque no hay duda de que la carne de muchos de los animales aquí clasificados como impuros es en todas partes, pero especialmente en los climas cálidos, menos sana y adaptada para la alimentación que la de los que se permite comer, apta para estimular las pasiones groseras y sensuales, y para fomentar los gustos groseros así como los hábitos degradantes. Estas leyes, por lo tanto, al estar supeditadas a fines sanitarios y religiosos, estaban dirigidas tanto a Moisés como a Aarón.

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