EL LIBRO DE DANIEL

INTRODUCCION

DANIEL, es decir, Dios es mi juez; probablemente de sangre real (véase cap. 1:3, con 1 Crónicas 3:1, donde un hijo de David se llama así). Jerusalén habría podido ser el lugar de su nacimiento (aunque el cap. 9:24, "tu santa ciudad" no da a entender esto necesariamente). Fué llevado a Babilonia entre los cautivos hebreos llevados allá por Nabucodonosor en la primera deportación en el año cuarto de Joacim. Como él y sus tres compañeros se llaman (cap. 1:4) "muchachos", no habría tenido más de doce años, cuando fué puesto en preparación, según la etiqueta oriental, para ser un cortesano (cap. 1:3, 6). Recibió entonces un nombre nuevo, por el cual era costumbre señalar un cambio en la condición de uno (2 Reyes 23:34; 2 Reyes 24:17; Esdras 5:14; Ester 2:7) Beltsasar, "príncipe favorecido por Bel". Su piedad y sabiduría llegaron a ser proverbiales entre sus paisanos en un período muy temprano; probablemente, debido a esta noble prueba que dió de fidelidad, combinada con su sabiduría, en abstenerse de tomar los alimentos enviados desde la mesa del rey, por estar contaminados con las idolatrías comunes en los banquetes de los gentiles (cap. 1:8-16). De modo que las referencias de él por Ezequiel, son precisamente de la clase que esperaríamos: una coincidencia que tiene que ser hecha sin intenciones ulteriores. Ezequiel se refiere a él no como a un escritor, sino como que exhibía un carácter justo y sabio en discernir secretos, en aquellas circunstancias, ahora halladas en su libro, las cuales son anteriores al tiempo cuando escribió Ezequiel. Así como José en Egipto se elevó por haber interpretado los sueños del Faraón, así Daniel, por interpretar los de Nabucodonosor, fué promovido a gobernador de Babilonia, y presidente de la casta de sacerdotes y magos. Bajo Evilmerodac, sucesor de Nabucodonosor, como un cambio de funcionarios frecuentemente acompaña al advenimiento de un nuevo rey, parece que Daniel habría pasado a ocupar un puesto inferior, lo que ocasionalmente le habría llevado fuera de Babilonia (cap. 8:2, 27). Otra vez vino a lugar de importancia, cuando descifró la escritura mística de la caída de Belsasar, en la pared, la noche de la fiesta impía de aquel monarca. Beroso llama al último rey babilónico Nabonido, y dice que no fué muerto, sino que le fué proporcionada una residencia honorable en Carmania, después de haberse rendido voluntariamente en Borsippa. Rawlinson ha aclarado esta discrepancia por medio de las inscripciones en Nínive. Belsasar fué correinante con su padre, Evilmerodac o Nabonido (llamado Minus en las inscripciones), de quien era subordinado. El se encerró en la ciudad, mientras que el otro rey se refugió en otra parte, es decir, en Borsippa. Beroso da el relato caldeo, el cual suprime todo lo concerniente a Belsasar, pues era de deshonra nacional. Si Daniel hubiese escrito su libro más tarde, sin duda, habría usado el relato posterior de Beroso. Si hubiera dado una historia que difiriera de la que era corriente en Babilonia, los judíos de aquella región no la habrían recibido como verídica. Darío el medo, o Ciaxaris II., subió al trono y reinó dos años. La mención del reinado de este monarca, casi desconocido en la historia profana, como que fué eclipsado por el esplendor de Ciro, es una prueba incidental, de que Daniel escribió como historiador contemporáneo de acontecimientos que él conocía, y que no tomaba prestado el material de otros. En el tercer año de Ciro, Daniel vió las visiones (caps. 10-12) acerca de su pueblo, hasta los días finales y la futura resurrección de los muertos. Habría tenido como ochenta y cuatro años de edad en aquel entonces. La tradición dice que Daniel murió y fué sepultado en Susán. Aunque su edad avanzada no permitió que él se hallara entre los judíos que regresaron a Palestina, sin embargo, nunca dejó de tener los intereses de su pueblo muy cerca de su corazón (caps. 9 y 10:12).

LA AUTENTICIDAD DEL LIBRO DE DANIEL. Los caps. 7:1, 28; 8:2; 9:2; 10:1, 2; 12:4, 5, testifican que fué compuesto por Daniel mismo. No se mencionó a sí mismo en los seis capítulos primeros, que son históricos; porque en éstos no es el autor sino los acontecimientos el asunto prominente. En los seis últimos, que son proféticos, el autor se da a conocer, porque aquí era necesario, porque la profecía es la revelación de palabras a ciertos hombres. El libro ocupa un tercer lugar en el canon hebreo no entre los profetas, sino en los Hagiógrafa (en hebreo, escritos "sagrados"), entre Ester y Esdras, libros parecidos que cuentan del cautiverio; porque él no perteneció estrictamente a los que tenían exclusivamente la profesión de "profetas" en la teocracia, sino que era más bien un "veedor", teniendo el don, mas no el oficio de profeta. Si el libro fuese una obra interpolada. sin duda habría sido puesto entre los profetas. Su ubicación actual es una prueba de su genuinidad, como que fué deliberadamente puesto en una posición donde no esperaríamos hallarlo. Colocado entre Ester, y Esdras y Nehemías, este libro separaba los libros históricos de los tiempos después del cautiverio. De modo que Daniel fué, según lo llama Bengel, el político, el cronólogo y el historiador entre los profetas. Los Salmos también, aunque muchos de ellos son proféticos, están clasificados en los Hagiógrafa, y no con los profetas; el Apocalipsis de Juan está separado de sus epístolas, como Daniel está separado de los profetas del Antiguo Testamento. En vez de escribir en medio del pueblo del pacto y de hacer de él el primer plano de su cuadro, escribe en una corte pagana, y los reinos mundiales ocupan el primer plano, y el reino de Dios forma el fondo, aunque finalmente se hace lo más importante. Su posición peculiar en una corte pagana se refleja en su posición peculiar en el canon. Así como las "profecías" en el Antiguo Testamento, las epístolas de los apóstoles en el Nuevo fueron escritas para sus contemporáneos por hombres divinamente inspirados. Pero Daniel y Juan no estaban en relación inmediata con la congregación, sino aislados y solos con Dios, el uno en una corte pagana, el otro en una isla solitaria (Apocalipsis 1:9). Porfirio, el atacante del cristianismo en el tercer siglo, sostuvo que el libro de Daniel era una falsificación hecha en el tiempo de los Macabeos, 170-164 antes de Cristo, un tiempo cuando confesadamente no había profetas; escrito después de los acontecimientos en cuanto a Antíoco Epífanes, los cuales el libro profesa predecir; lo sostuvo porque los detalles son muy exactos. Esto es una prueba concluyente de la inspiración de Daniel, si se puede probar que sus profecías habían sido hechas antes de los acontecimientos. Ahora sabemos por Josefo, que los judíos en los días de Jesús, reconocían el libro de Daniel como parte del canon. Zacarías, Esdras y Nehemías, siglos antes de Antíoco, hacen referencias al libro. Jesús se refiere a él en su título característico: "Hijo del Hombre", Mateo 24:30 (Daniel 7:13); también expresamente por nombre, y como "profeta", en Mateo 24:15 (véase Mateo 24:21 con Daniel 12:1, etc.); y en el momento que decidió su vida (Mateo 26:64) o su muerte, cuando el sumo sacerdote le conjuró por el Dios viviente. También, en Lucas 1:19, "Gabriel" se menciona, cuyo nombre no aparece en ningún otro lugar de las Escrituras excepto en Daniel 8:16; Daniel 9:21. Además de las referencias a él en el Apocalipsis, Pablo confirma la parte profética del libro, en cuanto al rey blasfemo (Daniel 7:8, Daniel 7:25; Daniel 11:36), en 1 Corintios 6:2; 2 Tesalonicenses 2:3; la parte narrativa, acerca de la liberación milagrosa de "los leones" y "del fuego", en Hebreos 11:33. De modo que el libro es expresamente atestiguado por el Nuevo Testamento sobre los tres puntos que formaban la piedra de tropiezo de los modernistas: las predicciones, el relato de milagros, y las manifestaciones de los ángeles. Se ha dado principio a una objeción a la unidad del libro, es decir, que Jesús no cita ninguna parte de la primera mitad de Daniel. Pero Mateo 21:44 sería un enigma, si no fuera una referencia a "la piedra que hirió a la imagen" (Daniel 2:34, Daniel 2:44). De modo que el Nuevo Testamento sanciona los caps. 2, 3, 6, 7 y 11. El intento de los milagros en las cortes paganas donde estaba Daniel, como los de Moisés en Egipto, fué el de llevar la potencia mundial, que parecía victoriosa sobre la teocracia, a ver la esencial superioridad interna del aparentemente caído reino de Dios a esa misma potencia y el de mostrar a Israel postrado, que el poder de Dios era el mismo como antes en Egipto. El primer libro de Macabeos (véase 1Ma 1:24; 1Ma 9:27, 1Ma 9:40, con Daniel 12:1; Daniel 11:26, de la Versión de los Setenta) se refiere a Daniel como libro acreditado, y aun se refiere a la Versión Alejandrina, la Versión de los Setenta de él. El hecho de que Daniel tiene su lugar en la Versión de los Setenta, demuestra que era recibido por los judíos en general, antes de los tiempos de los Macabeos. La Versión de los Setenta se desvía tan arbitrariamente del Daniel hebreo, que la Versión de Teodocio fué sustituída por ella en la antigua iglesia cristiana. Josefo (Antigüedades,Daniel 7:11, Daniel 7:8) menciona que Alejandro el Grande, se proponía castigar a los judíos por su fidelidad a Darío, pero que Jaddua (332 a. de J. C.), el sumo sacerdote, lo encontró a la cabeza de una procesión, y apartó su ira mostrándole la profecía de Daniel de que un monarca griego derrotaría a Persia. Cierto es que Alejandro favoreció a los judíos, y la afirmación de Josefo da una explicación del hecho; por lo menos demuestra que los judíos en los días de Josefo, creyeron que el libro de Daniel existía en los días de Alejandro, mucho antes que los Macabeos. Con Jaddua (sacerdote desde 341 a 322 a. de J. C.), termina la historia del Antiguo Testamento (Nehemías 12:11). (El registro de los sacerdotes y levitas no fué escrito por Nehemías, quien murió cerca de 400 a. de J. C., mas fué insertado con sanción divina, por los compiladores del canon más tarde). Un reparo a la autenticidad de Daniel, se ha apoyado en unas pocas palabras griegas que aparecen en el libro. Pero éstas son, en su mayor parte nombres de instrumentos de música griegos, los cuales eran importados por los griegos desde el oriente, más bien que viceversa. Algunas de las palabras se derivan del tronco común indogermánico, tanto del griego como del caldeo; y por lo tanto aparecen en ambas lenguas. (Se equivoca el autor al colocar el dialecto "caldeo" en la misma familia que el griego y la familia indogermánica, pues el caldeo fué un dialecto semítico, muy parecido al hebreo. Nota del Trad.) También, una que otra, habrán venido a través de los griegos de Asia Menor al idioma caldeo. El hecho de que desde el versículo cuatro del capítulo dos hasta el fin del capítulo siete, el idioma del libro es caldeo, y lo demás hebreo, no es un argumento en contra sino a favor de su autenticidad. Así también en Esdras se hallan los dos idiomas. La obra, si es de un solo autor, habría sido compuesta por alguno que estuviera en las mismas circunstancias de Daniel, es decir, por alguno conocedor de los dos idiomas. Ningún hebreo, nacido en Palestina, que no hubiera vivido en Caldea, habría conocido el caldeo tan bien como para usarlo con la misma libertad idiomática que su lengua nativa; las mismas impurezas gramaticales en el uso que Daniel hace en ambas lenguas, eran tan naturales para algunos en sus circunstancias, pero no naturales para algunos de tiempos posteriores, o para algunos que no fueran medio hebreo y medio caldeo en cuanto a su residencia, como lo era Daniel. Aquellas partes de Daniel, que conciernen al mundo entero, son mayormente caldeas, en aquel entonces el idioma de un imperio mundial. Así el griego fué hecho el idioma del Nuevo Testamento, que fué destinado a todo el mundo. Las partes que conciernen a los judíos, están en su mayoría en hebreo; y éste no es tan impuro como el lenguaje de Ezequiel. El caldeo de éste, es una mezcla de hebreo y arameo. Dos predicciones solas son suficientes para convencernos de que Daniel era profeta verdadero. 1. Que sus profecías alcanzan más allá de Antíoco, es decir, él predijo el desarrollo de cuatro grandes monarquías: Babilonia, Medopersia, Grecia y Roma (siendo la de Roma desconocida en los días de Daniel, más allá de los límites de Italia, más correctamente, de el Lacio), y que ningún otro reino terrenal conquistaría al cuarto, Roma, sino que se dividiría en partes. Todo esto se ha cumplido. Ninguna quinta monarquia se ha levantado, aunque se ha hecho la tentativa, como por Carlomagno, Carlos V y Napoleón. 2. El tiempo de la venida del Mesías, como fechada desde cierto decreto; que sería rechazado, y que la ciudad de Jerusalén sería destruída. "Quien niega las profecías de Daniel—dijo Sir Isaac Newton—socava los cimientos del cristianismo, que se funda sobre las profecías de Daniel acerca de Cristo."

CARACTERISTICAS DE DANIEL. El modo de la revelación por visiones es la excepción con los demás profetas, pero es la regla en Daniel. En Zacarías (caps. 1 a 6) quien vivió después de Daniel, aparece el mismo modo, pero la otra forma desde el capítulo 7 hasta el fin. El Apocalipsis de Juan solo es perfectamente paralelo con Daniel, que puede llamarse el Apocalipsis del Antiguo Testamento. En el contenido, también, hay la diferencia notada arriba, que él contempla el reino de Dios desde el punto de vista de las monarquías mundiales, el desarrollo de las cuales es su gran tema. Esta manera de contemplarlo fué apropiada a su propia posición en una corte pagana, y apropiada también a la relación de su dependencia en que se hallaba el pueblo del pacto, de las potencias mundiales. No se introducen incidentalmente las potencias individuales del mundo, sino que las monarquías universales son el tema principal, en el cual el principio mundano, contrario al reino de Dios, se manifiesta plenamente. Lo cercano y lo lejano no son vistos en la misma perspectiva, como por los demás profetas, quienes miraban todo lo porvenir, desde el punto de vista escatológico; pero en Daniel se dan los detalles históricos de aquel desarrollo de las potencias mundiales, que tienen que aconteceder antes del advenimiento del reino. [Auberlen.]

LA SIGNIFICACION DEL CAUTIVERIO BABILONICO. El exilio es la base histórica de las profecías de Daniel, como él da a entender en el primer capítulo, las cuales empiezan con el principio del cautiverio, y terminan con el fin del mismo, (cap. 1:1, 21; véase cap. 9:1, 2). Una etapa nueva en la teocracia empieza con el cautiverio. Nabucodonosor hizo tres incursiones a Judea. La primera bajo Joacim (606 a. de J. C.), en la cual fué llevado Daniel; sujetó la teocracia al poder mundial de Babilonia. La segunda (598 a. de J. C.), fué cuando Joaquín y Ezequiel fueron llevados. La tercera (588 a. de J. C.), en la cual Nabucodonosor destruyó Jerusalén y se llevó a Sedequías. Originalmente, Abrahán fué "levantado" de entre "la mar" (Daniel 7:2) de las naciones, como una isla santa a Dios, y su simiente escogida como mediadora de Dios, en su relación de amor para con la humanidad. Bajo David y Salomón, la teocracia, como opuesta al poder pagano, llegó a su apogeo en el Antiguo Testamento, siendo no sólo independiente, sino señora de las naciones vecinas de modo que el período de estos dos reyes, fué hecho desde allí el tipo del reino mesiánico. Pero cuando el pueblo de Dios, en vez de descansar en Dios, buscó la alianza con el poder mundial, aquel mismo poder es hecho el instrumento de su castigo. Entonces Efraín (722 a. de J. C.), cayó bajo Asiria; y Judá también, atraído a la esfera de los movimientos mundiales desde el tiempo de Acaz, quien buscó ayuda de Asiria (740 a. de J. C., Isaías 7), al fin cayó bajo Babilonia, y desde entonces ha estado más o menos dependiente de las monarquías mundiales, y por tanto no fué favorecido con revelaciones desde el tiempo de Malaquías, durante 400 años, hasta la llegada del Mesías. Así, desde el principio del exilio, la teocracia, en el sentido estricto, ha cesado sobre la tierra, suplantándola las potenciales mundiales. Pero el pacto de Dios con Israel queda firme (Romanos 11:29); por lo tanto, se predice ahora un período de bendición bajo el Mesías como pronto a seguir su largo castigo. El destierro así, es el punto decisivo en la historia de la teocracia, la cual Roos divide así: 1. Desde Adam al Exodo de Egipto. 2. Desde el Exodo al comienzo del cautiverio babilónico. 3. Del cautiverio hasta el milenio. 4. Desde el milenio hasta el fin del mundo. La posición de Daniel en la corte babilónica, estaba al unísono con las relaciones cambiadas de la teocracia y el poder mundial, relación que había de ser el tema de su profecía. Profetas anteriores, desde el punto de vista de Israel, trataban a Israel en sus relaciones con las potencias mundiales; Daniel, desde Babilonia, el centro de la potencia mundial de entonces, trata a las potencias mundiales en su relación con Israel. Su residencia de setenta años en Babilonia y su alto puesto allí, le daban un conocimiento interno de la política mundial, lo que lo capacitaba para ser el recipiente de revelaciones políticas; mientras que sus experiencias espirituales, ganadas en la humillación de Nabucodonosor, la caída de Belsasar y la rápida decadencia del mismo imperio babilónico, como también los libramientos milagrosos de él y de sus compañeros (caps. 3-6), lo prepararon para considerar las cosas desde el punto de vista espiritual, desde el cual el poder mundial parece pasajero, pero la gloria del reino de Dios, eterna. Así como su posición política era el cuerpo, la escuela de magos en la cual estudió por tres años (cap. 1:4, 5) era el alma; y su mente, fuerte en la fe y alimentada por las profecías anteriores (cap. 9:2), el espíritu de su profecía, que sólo esperaba la revelación desde arriba para encenderlo. Así Dios prepara sus órganos para la obra de ellos. Auberlen compara a Daniel con José: el uno al principio de la historia judía de la revelación, el otro al fin de ella; los dos representantes de Dios y su pueblo en cortes paganas; los dos intérpretes de los pálidos presentimientos de la verdad, expresados en sueños enviados por Dios, y por este motivo elevados para honra por los poderes del mundo; representando así el llamamiento de Israel a ser luz que ilumine al mundo gentil entero, como predice Romanos 11:12, Romanos 11:15. Así como Aquiles en el principio de la historia griega y Alejandro al fin, son espejos de la vida entera del pueblo helénico, José y Daniel lo son en la de Israel.

EL CONTENIDO DEL LIBRO. La introducción histórica y biográfica en el primer capítulo. Daniel, cautivo y desterrado, es representante de su nación en su servidumbre y exilio; mientras que por su percepción celestial en los sueños, que por mucho sobrepujaba la de los magos, representa la superioridad divina del pueblo del pacto sobre sus señores paganos. Los altos honores, aun en este mundo, que él alcanzó por su saber, tipifican la entrega al fin del reino mundial "al pueblo de los santos del Altísimo" (cap. 7:27). Así la historia personal de Daniel es la base típica de su profecía. Los profetas tuvieron que experimentar en sus propias personas, y en su edad, algo de lo que ellas predecían acerca de los tiempos futuros; así como David sintió mucho de los sufrimientos de Cristo en su propia persona (véase Oseas 1:2, Oseas 1:10,11; Oseas 2:3). Así también Jonás, cap. 1, etc. [Roos.] Por esto entre sus profecías están incluídas las noticias biográficas de Daniel y sus amigos. Los caps. 2 AL 12 contienen la sustancia del libro, y constan de dos partes. La primera, caps. 2 AL 7, representa el desarrollo de las potencias mundiales, desde un punto de vista histórico. La segunda, caps. 8 AL 12, su desarrollo respecto a Israel, especialmente en lo futuro inmediatamente anterior a la venida de Cristo, predicho en el cap. nueve. Pero la profecía mira más allá del porvenir inmediato hasta el cumplimiento completo en los días postreros, pues las partes individuales en la historia orgánica de la salvación, no pueden entenderse sino en conexión con la salvación entera. También Israel miraba hacia adelante a los tiempos mesiánicos, no sólo por la salvación espiritual, sino también por la restauración visible del reino que nosotros aun ahora esperamos. La profecía que ellos necesitaban debe comprender, pues, ambas cosas, y tanto de la historia del mundo cuanto transcurriría antes de la consumación final. El período de las profecías de Daniel es, por lo tanto, el que empieza con la caída de la teocracia hasta la restauración final de ella: el período del dominio de las potencias mundiales, no abolidas por la primera venida de Cristo (Juan 18:36; porque el haber tomado entonces el reino terrenal, habría sido tomarlo de las manos de Satanás, Mateo 4:8), para ser sobrepujado por su reino universal y eterno en su segunda venida (Apocalipsis 11:15). Así pues, el examen general del desarrollo y destino final de las potencias mundiales (caps. 2 AL 7), adecuadamente antecede a los descubrimientos en cuanto al porvenir inmediato (caps. 8 AL 12). Daniel hace ver la división por escribir la primera parte en caldeo, y la segunda y la introducción en hebreo; la primera, referente a las potencias del mundo, la escribió en el idioma de la potencia mundial en aquel entonces dominante, bajo la cual él vivía; la segunda parte, referente al pueblo de Dios, la escribió en su propia lengua. Un interpolador, en tiempos posteriores, habría usado el hebreo, el cual siempre fué el idioma de los profetas antiguos; o si hubiera usado en alguna parte el arameo, para ser entendido así por sus contemporáneos, lo habría usado en la segunda parte más bien que en la primera, como si tuviera una referencia más inmediata a sus propios tiempos. [Auberlen.]

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