Debemos ministrar a Jesús buscando no nuestras propias cosas, sino las de Cristo; es decir; debemos seguirlo, debemos caminar en sus pasos, debemos realizar las obras corporales de misericordia, y cualquier otra buena obra, por su bien, hasta que lleguemos a poner en práctica el acto de caridad más perfecto, el entregar nuestras vidas. para nuestros hermanos. Entonces nos coronará con la mayor de las recompensas, la felicidad de reinar con él. Y donde yo esté, allí estará mi ministro. (San Agustín, tratado. 51. en Joan.)

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