el propósito y el fin de esta parábola es mostrar que, hablando con rigor, somos siervos inútiles con respecto a Dios. Este soberano Maestro tiene derecho a exigirnos todo tipo de servicio, ya hacernos dedicarnos a cualquier tarea que considere apropiada, sin que tengamos razón alguna para quejarnos de la dificultad, molestia o duración de nuestras labores; somos enteramente suyos, y él es dueño de nuestras personas, tiempo y talentos.

Tenemos de él todo lo que poseemos, y ¡ay de nosotros si abusamos de su confianza, aplicando nuestros talentos a cualquier uso contrario a sus designios! Pero aunque sea Señor y Maestro, deja íntegra nuestra libertad. Si produce en nosotros deseos santos, si obra en nosotros acciones meritorias, nos da inclinaciones virtuosas y dones sobrenaturales, pone en cuenta el buen uso que hacemos de ellos; y coronando nuestros méritos, corona sus propios dones. (San Agustín, lib. Ix. Confes. Y Serm. 131.) (Calmet)

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