La ley prohibía tocar a los leprosos; pero él, que es el Señor de la ley, prescinde de ella. Toca al leproso, no porque no pueda limpiarlo sin él, sino para mostrar que no está sujeto a la ley, ni por temor a ninguna infección. Al toque de Cristo se disipa la lepra, que antes comunicaba contagio a todos los que la tocaban. (San Ambrosio)

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