Cayendo de bruces, mostró su humildad y modestia, para que todos los hombres aprendan a avergonzarse de las manchas de sus vidas; pero esto, su timidez, no le impidió confesar su miseria; expuso su herida, solicita una cura: Señor, si quieres, puedes limpiarme. No dudó de la bondad del Señor, pero en consideración de su propia indignidad, no se atrevió a presumir. Esa confesión está llena de religión y fe, que pone su confianza en la voluntad de Dios. (San Ambrosio)

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