Los espíritus inmundos, obligados por el Poder Divino, no sólo a venir a adorar, sino también a declarar su majestad, exclamaron: Tú eres el Hijo de Dios. Cuán asombrosa es entonces la ceguera de los arrianos, quienes incluso después de su resurrección le negaron ser el Hijo de Dios, a quien los demonios confesaron como tal cuando estaban revestidos de naturaleza humana. Pero es cierto que no sólo a los demonios, sino a los enfermos que fueron sanados, ya los mismos apóstoles se les prohibió, así como a los espíritus inmundos, proclamar su divinidad; no sea que la pasión y muerte de Cristo sea aplazada por eso. (Ven. Bede)

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