Debe ser, no absolutamente, pero la debilidad y maldad del mundo consideró que los escándalos debían ocurrir. (Witham) --- Considerando la maldad y corrupción del mundo, tales cosas siempre sucederán; pero los juicios de Dios, aunque lentos, serán terribles en extremo. Lento quidem gradu Divina procedit Vindicta, sed tarditatem gravitate compensat. (Val. Max.) --- No debemos suponer ni por un momento que Cristo somete las acciones humanas al control de una rígida fatalidad.

No es la presciencia o la predicción de Cristo lo que hace que ocurran estos males; no suceden, porque Cristo los predijo; pero, Cristo los predijo, porque sucederían infaliblemente. El Todopoderoso permite los escándalos, porque los buenos se benefician de ellos, haciéndolos más diligentes y más vigilantes: testigos de la gran virtud de Job, de José y de muchos otros perfeccionados en la tentación.

Si los menos virtuosos reciben algún perjuicio de los escándalos, se lo deben a su propia pereza y pereza. (San Juan Crisóstomo, hom. Lx.) --- Jesucristo pronuncia un doble ay para el hombre que trae escándalo, y para el mundo que es castigado por él. Pero, pregunta San Juan Crisóstomo, ¿por qué lamenta las miserias del mundo, cuando de él dependía extender la mano y quitarlas? Imita la conducta de un buen médico que, después de recetarle varios remedios, se siente obligado a declarar a su paciente que, al descuidar las prescripciones, aumenta su malestar.

Jesucristo había dejado el trono de su gloria, tomó sobre él la forma de un siervo y padeció las mayores extremidades, pero al ver al hombre tan perverso que no cosecharía ninguna ventaja de todo lo que había hecho y sufrido por él, llora por su miserable estado. Y esto no está exento de su fruto particular; porque sucede con frecuencia que aquellos a quienes un buen consejo no pueden mover, las oraciones y las lágrimas, y la relación de las funestas consecuencias que acompañan al pecado, conducen al arrepentimiento. Esto también manifiesta su ternura y caridad sin límites, ya que llora por el pueblo, que de todos los demás lo contradecía más. (San Juan Crisóstomo, hom. Lx.)

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