Y todo el pueblo rompió los zarcillos de oro que tenían en las orejas y se los trajeron a Aarón. Arrastrada por una ola de actividad multitudinaria, la gente mostró una disposición fanática a desprenderse de las posesiones que más valoraban. Es la misma tendencia que se puede observar en el caso de los muchos cultos y herejías de nuestros días, que se extienden con tan alarmante rapidez y cuentan con tan grandes recursos.

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