Luego llegué a los del cautiverio, la principal colonia de los judíos exiliados, en Tel-abib, que habitaban junto al río de Quebar, y me senté donde ellos se sentaron, uniéndome a ellos en su miseria, y permanecí asombrado entre ellos siete días, casi inmóvil, mirando hacia abajo ante él, como uno casi paralizado por el dolor y el horror.

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