La violencia, a saber, la de los caldeos vencedores, se eleva como vara de maldad, es decir, para ejecutar el castigo sobre los impíos; ninguno de ellos quedará, ya sea que los habitantes sean sacrificados o llevados al cautiverio, ni de su multitud, aunque antes eran ruidosos y bulliciosos, ni de ninguno de los suyos, de sus riquezas o posesiones; ni habrá llanto por ellos, literalmente, "ni hay nada glorioso entre ellos", algo de lo que puedan sentirse justamente orgullosos.

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