Y estaban ambos desnudos, el hombre y su mujer, y no se avergonzaban. No había necesidad de ropa, ni física ni moralmente, antes de la Caída. La desnudez es aquí la expresión de la perfecta inocencia, ya que los cuerpos tanto de Adán como de su esposa fueron santificados por el Espíritu que vivía en ellos. La vergüenza no entró hasta que el pecado entró en sus corazones y provocó que los deseos y la lujuria corrompieran el orden puro de Dios.

Cabe señalar aquí, así como a lo largo de estos dos capítulos, que todas las teorías y especulaciones vanas acerca de la creación, el Paraíso, el estado de integridad del hombre deben dejarse de lado por la simple verdad de las Escrituras. Lo que Dios no ha revelado no lo descubrirá ninguna especulación ociosa.

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