Y Rubén fue en los días de la siega del trigo, y encontró mandrágoras en el campo, y las trajo a su madre Lea. El pequeño Rubén, que en ese momento tenía unos cuatro o cinco años, encontró las bayas de la mandrágora en el campo. Estas bayas son amarillas, fuertes, pero de olor dulce, del tamaño de una nuez moscada, y generalmente se creía que promovían la fecundidad y reemplazaban a una poción de amor. Entonces Raquel dijo a Lea: Te ruego que me des de las mandrágoras de tu hijo. Esto muestra hasta qué punto habían crecido los celos mutuos de las dos mujeres, al depositar su confianza incluso en tales supuestos remedios.

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