Mientras permanezca la tierra, la siembra y la siega, el frío y el calor, el verano y el invierno, el día y la noche, no cesarán. Esa es la promesa, ese es el orden de Dios, quien fija las leyes de la naturaleza y, según las circunstancias, las cambia o suspende como mejor le parezca. La raza humana, pero no el gran Creador, depende del orden y de las leyes de la naturaleza. La consideración de la bondad y la paciencia de Dios, por lo tanto, debería ser un incentivo ferviente para que trabajemos en nuestra propia salvación con temor y temblor.

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