Y él dijo: Señor, creo. Y lo adoró.

La franqueza del ex ciego enfureció a los fariseos sin medida. Ahora le arrojan la creencia popular a la cara, diciéndole que su ceguera se debe al pecado y reprochándole su calamidad. Esa es la manera de actuar de los incrédulos. Cuando ya no pueden contradecir los hechos claros, recurren a viles insinuaciones y blasfemias maliciosas. Y los fariseos, además de su otro insulto, lo echaron del salón donde tenían sus sesiones y dieron los primeros pasos para sacarlo también de la congregación.

Voluntaria y deliberadamente cerraron los ojos ante los hechos claros que tenían ante sus ojos; negaron su realidad; estrangulaban su propia conciencia. Todas sus acciones fueron producto de la hipocresía del tipo más atroz, una blasfemia sin paralelo. Jesús, que había observado atentamente el caso del ex ciego, pronto descubrió que los gobernantes judíos habían comenzado el proceso de excomunión en su contra.

Por lo tanto, aprovechó la ocasión para buscarlo y tranquilizarlo de la manera más maravillosa. La pregunta de Jesús, si creía en el Hijo de Dios, tenía la intención de obrar esta fe en el corazón del hombre, porque tal es la naturaleza de la Palabra de Dios en todo momento. El hombre sanado era un israelita creyente; su fe estaba puesta en la venida del Mesías, de quien sabía que era el Hijo de Dios. Por tanto, cuando se le aseguró la identidad del Hijo de Dios con el gran Sanador que le hablaba, confesó gustosamente su fe y la demostró con su acto exterior de devoción, al doblar la rodilla en oración de adoración; adoró a Jesús como Dios. Nota: Jesús nunca pierde de vista a aquellos en quienes se ha interesado personalmente. La solicitud de su misericordia salvadora acompaña siempre a los que han recibido sus beneficios.

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