Y pondrán mi nombre sobre los hijos de Israel; y los bendeciré. La bendición, tal como la pronunció el sacerdote, no fue un simple deseo piadoso, sino que en realidad transmitió el poder divino de la bendición al pueblo. Todo israelita que creyó estas palabras pronunciadas sobre él, se fue a su casa con la bendición del Señor descansando sobre él. Hasta el día de hoy, los miembros de la congregación son despedidos con las palabras de esta bendición y deben llevarse a casa la bondad misericordiosa del Dios Triuno, especialmente la seguridad del perdón de sus pecados.

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